Una nueva mirada en la mediación pedagógica al encuentro con el sentido del aprendizaje en los procesos educativos
encuentro con el sentido del aprendizaje en los procesos educativos 79 1. Canto de amor para despertar la esperanza “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza no habré vivido en vano”. Martin Lutter King Tal y como lo plantean Gutiérrez y Prieto “educar en, por y para el goce […] significa que todos (as) los aprendientes se sientan vivos (as), compartan su creatividad, generen respuestas originales, se diviertan, jueguen y gocen” (1993, p.35). De modo que, si bien la vida es compleja, el ser humano debe estar en armonía con ella, y esto se logra, aplicando una concepción metodológica participativa o procesual desde la visión holista, que implica tomar en consideración la complejidad, la integralidad y la interdependencia entre los seres vivos; pues, siguiendo a Gutiérrez y Prieto “no se trata de una pedagogía de la respuesta sino de una pedagogía de la pregunta” (1993, p.32). Justamente, se reconoce que nuestra capacidad de aprender está en relación con nuestra capacidad de amar, desde el momento en que impulsamos los procesos de auto e interaprendizaje que fomentan una nueva conciencia planetaria de amor incondicional hacia la vida mediante todas sus manifestaciones. Cabe recordar que, el aprendizaje es un proceso social, físico, emocional, cognitivo, estético, espiritual; es decir, es un acto total y transformador que conlleva un proceso de reflexión, de interacción de pensamientos sistémicos, de lenguajes que emergen con la esperanza de que es posible, y que todavía, estamos a tiempo de reencantar la educación. Para Maturana, la educación tiene que ver con el alma, la mente y el espíritu; por lo tanto, con nuestros valores, y principios: nuestra cultura. 2. Vibrar con mirada de niño Unos tímidos golpes a la puerta anuncian que, el niño que esperábamos en la consulta psicopedagógica, había llegado. Asomó a la puerta, tímidamente, acompañado de su madre; asustado, encogido sobre sí mismo e inseguro y tembloroso, con su escurridiza mirada gritaba “auxilio”. — ¡ Hola! ¿Cómo estás? ¿Cómo te llamas? — Le preguntamos, y con la cabeza hacia abajo, se quedó sin habla. Ante la insistencia, con voz casi inaudible, en un murmullo, dijo : — Luis Alfredo. Luis Alfredo, es el hijo de padres inmigrantes nicaragüenses, campesinos analfabetos, peones sin tierras, que sueñan para sus hijos e hijas un mundo mejor. Su vida gira en el campo, en una zona fronteriza complicada, sin oportunidades de empleo remunerado, y con la única opción educativa de una escuelita unidocente, a una hora de camino entre pendientes y cerros, bajo un sol ardiente algunas veces y otras, bajo una copiosa lluvia. En el caso de Luis Alfredo, él ingresó a primer grado con mucha ilusión, quería aprender a leer y a escribir pronto, sin embargo, la docente les informó a los padres que el niño tiene problemas para aprender, y que requiere de una adecuación curricular. — ¿ Qué es eso? ¿Acaso mi hijo padece de una grave enfermedad? ¿Será que no es normal? ¿Qué va a pasar con mi hijo? — Se preguntan invadidos por el temor, el padre y la madre. En la cotidianidad escolar, la maestra sienta al niño en la primera fila y día tras día, él transcribe a ratos lo que ella escribe en la pizarra, sin entender de qué se trata; cuando se hastía o se cansa, no hace nada, la docente le da un dibujo para que lo pinte, al otro día lo mismo, y al otro…y al otro. Constantemente, el chico se levanta de su asiento, molesta a sus compañeros y compañeras, se
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