Universidad de Ciencias Médicas

y que montábamos por la tapia sur del cementerio. Por callecitas poco pobladas nos escabullíamos saliendo a la Lima y luego a Coris. En Ouebradilla dimos las últimas instrucciones en casa de los Camacho. Ya había salido la luna cuando pasamos por el Tablón y en sus piedras y tajos de mollejón se reflejaba su luz, alumbrando más el camino. Los perros nos delataban; nunca vimos ni oímos tantos perros juntos. Posiblemente les estábamos estorbando el programa de ladrarle a la luna. Subimos la cuesta para llegar al Alto de la Ventolera, a las puertas de Patio de Agua, el sitio designado para el encuentro. Eran las once y media. Detrás de unos matorrales nos metimos con los caballos. Desde aquella altura la luna, ya sobre nosotros, alumbraba intensamente la co- marca hasta una gran distancia. Era casi como de día. Veíamos los potreros y fin· Guitas con sus casas de Patio de Agua y Conalillo, los caminos. veredas y el ganado. A ratos oíamos como si mar· chara una tropa. pero no la veíamos venir. ¿Será, pensábamos, que para no dar el cuerpo vienen entre potreros, o que se han retrasado por algo, ¡Oué espera tan larga! iSi alguien ha cantado, qué desastre sería! Eran las doce cuando oímos claramente que alguien venía subiendo la cuesta. Si, era un hombre nada más, su marcha decidida, como quien viene de prisa a alguna misión. Cuando se acercó a prudente distancia le dimos el alto y luego que se detuvo, le pedimos el santo y seña, que nos dió claramente. saliéndole entonces al paso. Era un mocetón de mediana estatura. campesino de por aquellos lados que conocía su tierra, de cabello rubio y crespo; ¿Preguntó por mí, a lo que respondí, preguntándole a la vez, ¿Por dónde vienen? No vienen, don Pepe me ha mandado a decirle que no fue posible organizar la cosa. pues no nos atacaron por San Isidro y tuvo que mandar la gente a pelear allá. Dijo adiós y se despidió. bajando la cuesta al trote, como quien tiene mucho que hacer. Le seguimos con la vista largo rato, bajo la intensa luz de la luna llena, hasta que se perdió en una vuelta del camino. No olvido aquella luna llena de marzo de mil novecientos cuarenta y ocho, hoy hace treinta y cinco años. La luna de esta noche no tiene el brillo de aquella; no se ven los campos como si fuera de día, quizás, pienso yo, porque ha enviado parte de su luz a brillar en otras partes en que desean salir de las tinieblas, como nosotros en aque- llos aciagos días y noches en que peleábamos por una nueva patria en que se respeten los designios del pueblo y que por fin llegó”. Bienvenidos al futuro 59

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